17/1/17

Mujer triste

Salí de casa en blusa y pantalón, a las siete de la mañana. Aún no había amanecido, regularmente nublado. Debía dirigirme a mi trabajo, a unos quince minutos en bus desde mi casa. Pero en el camino me distraje, olvidé adónde iba y terminé en Billinghurst. Dejé olvidado mis llaves en el bus por apresurarme, caminé hasta la avenida Bolognesi  desde el Colegio de Obstetras, entregué mi celular a una amiga que pasaba por ahí y le dije que tenía que devolvérmelo a la hora de salida en mi trabajo. Me pidió para su pasaje. No llevaba muchas monedas  conmigo.  Mi amiga me preguntó a qué hora entraba a mi trabajo. Dije que no lo recordaba. Quiso revisar la hora en mi aparato y se percató de muchas llamadas pérdidas y ella tan sólo me acompaño en esos instantes con la mirada de preocupación, aquella mañana.

Confundida, desorientada, impaciente por ir a mi trabajo, llamé a mi mamá y le pregunté  qué día es hoy.

-¿Cómo que día es hoy? –me preguntó ella, sorprendida.

-Si estoy en la calle, por el centro. ¿No te dije, cuando nos despedimos en la mañana, que me iba al trabajo? –le pregunté.

-No –respondió ella-. Me dijiste que te ibas a comprar comida para tu perrita como todos los domingos.

¿Domingo? – Quedé en silencio, hundida en una niebla espesa que me impedía ver las cosas con nitidez.

Me despedí de mi amiga, tomé un taxi hacia mi casa y, sin contarle a nadie que me había desorientado en medio de una insólita crisis de ubicación, fui a comprar la comida para mi perrita. Pero no la disfruté, porque seguía pensando que, en ese momento, yo no quería estar en mi casa, sino dirigiéndome a la casa de ella. Extrañamente, sentía una profunda urgencia por abrazarla y darle un presente que traje desde Ilo. Y estaba segura de que ella me recibiría con el mismo cariño y se pondría feliz.


Días después salí a montar bicicleta a media tarde y en algún momento me despisté y olvidé la ruta de regreso a casa. No llevaba un celular. No sabía cómo volver a casa. Estaba perdida. Corrí hasta la parroquia en Pachía, entré al templo desierto, me senté en una banca y recé. Le pedí a Dios que me iluminase para volver a mi casa.  Pero nadie me iluminó. Me eché en la banca y me quedé semidormida por el cansancio.

Luego de una hora llamé a un amigo desde un teléfono público, me subió a su auto, me llevó a mi casa y le dijo a mi mamá que me había encontrado triste en la iglesia. Es lo único que atine a escuchar antes de caer en mi cama.

Al día siguiente:
-¿Qué hacías en Pachía? –me preguntó mi madre.

-Estaba despejando mi mente –le dije-. Sentí que iba a llegar mi paz en cualquier momento.
Días después, cuando mi madre y mis hermanos habían salido de compras al supermercado en el centro, abrí una caja de Star Wars hecha artesanalmente y me distraje mirando las cosas que había guardado de ella: boletos de la primera y última vez que fuimos al cine, entradas a eventos que fuimos juntas, un chocolatito en forma de cono, un llaverito de una Santa y muchas chucherías.

Desde que empecé a traer de vuelta cada bello recuerdo, no he vuelto a tener problemas con la ubicación. Temo que cuando se vayan, te extrañaré desesperadamente y volveré a olvidarlo todo. Y seré una mujer triste.