28/4/17

NO PUEDO

No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida, ni tengo respuestas para tus dudas o temores.

No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro. No puedo evitar que tropieces.

No juzgo las decisiones que tomas en la vida. No puedo trazarte límites dentro de los cuales debes actuar.

No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te parta el corazón.

No puedo decirte quien eres, ni quien deberías ser. 

En estos días me puse a recordar los momentos más preciosos juntas.

Y si, soy una persona feliz: tengo a mi lado a las amigas que necesitaba.

Eso es lo que ellas me dicen y  me demuestran. Es lo que siento por ellas.

Siento paz y alegría cuando las veo y cuando hablamos, sea en la alegría o sea en la serenidad que necesitaba en las últimas semanas desde que te marchaste.

No encabezabas, ni concluías la lista.

No eras el número uno, ni el número final.

Lo que sé es que destacabas por alguna cualidad que transmitías y con la cual desde hace tiempo se esfumó.

Y tampoco tengo la pretensión de ser la primera, la segunda o la tercera de tu lista.

No puedo imponerte mi presencia, ni obligarte a que me llames mucho menos a que me extrañes.


Basta que me quieras en tu vida.
GRACIAS NOMAS

Hay ciertas cosas de mí que no me gustan, ciertas zonas difusas de mi carácter que me dejan confundida, desconcertada.

Son patrones de conducta que se repiten de un modo automático en mi vida, no pensado, no deliberado, como rasgos congénitos incurables, incorregibles. De pronto me encuentro haciéndolo de nuevo y me digo: “Si serás sonsa, lo tuyo no tiene remedio”.

Y por esa razón quiero desaparecer esa extraña capacidad para dar todo y no dar nada que se manifiesta sólo cuando estoy con “ella”. Es decir: si estoy sola, o con mis amigas, me considero una persona mesurada económicamente,  no malgasto mi dinero; pero si estoy con ella, y ella me pide ir al cine, la acompaño, y si me pide un super combo, lo compro para ella.

Antes le hubiera dicho: “Oye, no fastidies, no soy tu cajero automático”. Pero ahora le digo: “Claro, vamos al cine, encantada”. Y ella cree que soy amable, desprendida y en ese momento, a su lado, lo soy, pero luego vuelvo a estar sola y no creo en nadie.


Lo más gracioso es que, como ahora estoy sola, mi mejor amiga me hace llegar mensajes gráficos muy graciosos sobre el tema. Seguramente piensa que como ya no tengo pareja, ahora soy una independiente emocional, tal vez una persona más madura. No es así, desde luego. Amo a mi soltería y, al mismo tiempo, extraño las sensaciones y sentimientos que se viven en pareja. Pero antes me hubiera enfadado con mi mejor amiga y le hubiese dicho: “Oye, cómo se te ocurre mandarme esos mensajes, si sabes que estoy sola y me gusta este estado”. Ahora, sin embargo, no hago ningún reproche ni recriminación, y hasta le digo: “Muy interesante lo que me enviaste, querida amiga, gracias por compartir tus mensajes conmigo, gracias nomas”.

27/4/17

LO QUE ME URGE ES SANAR

" No pienses. Y, en la medida de lo posible, cállate la boca. Y deja que el que hable sea el alien que, tarde o temprano, crecerá y te pondrá a escribir sus dictados infernales hasta el punto en que llegarás a convertirte en su obediente secretaria, en su taqui-meca. Los dos deditos con que escribes -o los cuatro- danzarán arrechísimos y enloquecidos al caprichoso son que el alien les toque".
BETO ORTIZ

Hace exactamente  dos años, un 26 de abril, un día infausto cayó domingo, estaba en mi casa, de Leguia, viendo Star Wars V “El Imperio Contraataca” mi película favorita, cuando suena mi celular y entra una videollamada, apareció Stephanie  mi mejor amiga con rostro adusto, anunciándome que había visto a mi novia con un varón de la mano, donde la escena que presencio carecía de trato amical, y más bien denotaba una clásica escena de pareja.

A la hora siguiente, no dejaba de llorar, desestime  mi trabajo de filmación que tenía programado, tomé mis pastillas para dormir que me recetó el médico y me quedé en cama hasta el día siguiente.
Prometí no volver a llorar de esa manera y afrontar la situación tan cobardemente. Mi mejor amiga iba a viajar, pero se quedó conmigo, borro todas las fotos de mi novia de mi portátil y celular, se llevó todo lo que me recordase a ella y lo vendió. Dos semanas después se fue a Lima.

Erradicarla de mi vida no fue meramente verbal; renuncié a todo lo que estaba relacionado a ella, me exilie, y preferí mi soledad ante todo. En rigor, cumplí mi promesa, o la cumplí a medias, porque desde esa fecha,  ya no quise, o no pude, hablarle o responderle algún tipo de mensaje y cuando lo intenté sin convicción solo por saber de ella, pregunté a algunos amigos en común por su bienestar  y regrese pronto a mi estado solitario.

Solo hubo una vez, en este último año que he vivido en paz, en que pensé que debí confrontarla y reclamarle por ese hecho que nunca presencié y darle una oportunidad por la cantidad de mensajes y llamadas que ella realizo a mi persona. Pude haberme quedado con ella, pero ya no me iba a sentir  libre, iba a estar atrapada por un fantasma, le iba a creer todas sus excusas por que me conozco, y por obtener migajas de su amor, hubiera aguantado todo. Por eso me quedé en mi burbuja sosegada donde nunca hay mentiras, deslealtad y traición.

Aquel año, de 2015 a 2016, estuve retirada del amor, y me dediqué a escribir como una demente, publicando para un Blog francés a uno lectores muy selectos, que si bien son muy exigentes y no gusta mucho, era muy feliz escribiendo y no atada a mi vida de trabajo, que muy raramente salía de la rutina y cometía excesos.

Tenía veinticinco, poco más, poco menos, y era un mujer libre, desmesuradamente libre, sin oficinas ni horarios, comiendo siempre en algún café o restaurante del barrio. ¿Pude haber regresado a ella y reanudado mi relación? Sí, claro. ¿Hubiera perdido algo? Seguro, sin duda. Pero, ¿hubiese sido tan feliz? No, de ninguna manera. En mi caso, la felicidad depende del ejercicio inmoderado de la libertad, y en Tacna desde que te saque de mi vida hace dos años he podido sentirme libre de verdad pero aún lo que me urge sanar.




17/1/17

Mujer triste

Salí de casa en blusa y pantalón, a las siete de la mañana. Aún no había amanecido, regularmente nublado. Debía dirigirme a mi trabajo, a unos quince minutos en bus desde mi casa. Pero en el camino me distraje, olvidé adónde iba y terminé en Billinghurst. Dejé olvidado mis llaves en el bus por apresurarme, caminé hasta la avenida Bolognesi  desde el Colegio de Obstetras, entregué mi celular a una amiga que pasaba por ahí y le dije que tenía que devolvérmelo a la hora de salida en mi trabajo. Me pidió para su pasaje. No llevaba muchas monedas  conmigo.  Mi amiga me preguntó a qué hora entraba a mi trabajo. Dije que no lo recordaba. Quiso revisar la hora en mi aparato y se percató de muchas llamadas pérdidas y ella tan sólo me acompaño en esos instantes con la mirada de preocupación, aquella mañana.

Confundida, desorientada, impaciente por ir a mi trabajo, llamé a mi mamá y le pregunté  qué día es hoy.

-¿Cómo que día es hoy? –me preguntó ella, sorprendida.

-Si estoy en la calle, por el centro. ¿No te dije, cuando nos despedimos en la mañana, que me iba al trabajo? –le pregunté.

-No –respondió ella-. Me dijiste que te ibas a comprar comida para tu perrita como todos los domingos.

¿Domingo? – Quedé en silencio, hundida en una niebla espesa que me impedía ver las cosas con nitidez.

Me despedí de mi amiga, tomé un taxi hacia mi casa y, sin contarle a nadie que me había desorientado en medio de una insólita crisis de ubicación, fui a comprar la comida para mi perrita. Pero no la disfruté, porque seguía pensando que, en ese momento, yo no quería estar en mi casa, sino dirigiéndome a la casa de ella. Extrañamente, sentía una profunda urgencia por abrazarla y darle un presente que traje desde Ilo. Y estaba segura de que ella me recibiría con el mismo cariño y se pondría feliz.


Días después salí a montar bicicleta a media tarde y en algún momento me despisté y olvidé la ruta de regreso a casa. No llevaba un celular. No sabía cómo volver a casa. Estaba perdida. Corrí hasta la parroquia en Pachía, entré al templo desierto, me senté en una banca y recé. Le pedí a Dios que me iluminase para volver a mi casa.  Pero nadie me iluminó. Me eché en la banca y me quedé semidormida por el cansancio.

Luego de una hora llamé a un amigo desde un teléfono público, me subió a su auto, me llevó a mi casa y le dijo a mi mamá que me había encontrado triste en la iglesia. Es lo único que atine a escuchar antes de caer en mi cama.

Al día siguiente:
-¿Qué hacías en Pachía? –me preguntó mi madre.

-Estaba despejando mi mente –le dije-. Sentí que iba a llegar mi paz en cualquier momento.
Días después, cuando mi madre y mis hermanos habían salido de compras al supermercado en el centro, abrí una caja de Star Wars hecha artesanalmente y me distraje mirando las cosas que había guardado de ella: boletos de la primera y última vez que fuimos al cine, entradas a eventos que fuimos juntas, un chocolatito en forma de cono, un llaverito de una Santa y muchas chucherías.

Desde que empecé a traer de vuelta cada bello recuerdo, no he vuelto a tener problemas con la ubicación. Temo que cuando se vayan, te extrañaré desesperadamente y volveré a olvidarlo todo. Y seré una mujer triste.