Mujer triste
Salí
de casa en blusa y pantalón, a las siete de la mañana. Aún no había amanecido,
regularmente nublado. Debía dirigirme a mi trabajo, a unos quince minutos en
bus desde mi casa. Pero en el camino me distraje, olvidé adónde iba y terminé
en Billinghurst. Dejé olvidado mis
llaves en el bus por apresurarme, caminé hasta la avenida Bolognesi desde el Colegio de Obstetras, entregué mi
celular a una amiga que pasaba por ahí y le dije que tenía que devolvérmelo a
la hora de salida en mi trabajo. Me pidió para su pasaje. No llevaba muchas
monedas conmigo. Mi amiga me preguntó a qué hora entraba a mi
trabajo. Dije que no lo recordaba. Quiso revisar la hora en mi aparato y se
percató de muchas llamadas pérdidas y ella tan sólo me acompaño en esos
instantes con la mirada de preocupación, aquella mañana.
Confundida,
desorientada, impaciente por ir a mi trabajo, llamé a mi mamá y le
pregunté qué día es hoy.
-¿Cómo que día es hoy? –me preguntó
ella, sorprendida.
-Si
estoy en la calle, por el centro. ¿No te dije, cuando nos despedimos en la
mañana, que me iba al trabajo? –le pregunté.
-No
–respondió ella-. Me dijiste que te ibas a comprar comida para tu perrita como
todos los domingos.
¿Domingo?
– Quedé en silencio, hundida en una niebla espesa que me impedía ver las cosas
con nitidez.
Me
despedí de mi amiga, tomé un taxi hacia mi casa y, sin contarle a nadie que me
había desorientado en medio de una insólita crisis de ubicación, fui a comprar
la comida para mi perrita. Pero no la disfruté, porque seguía pensando que, en
ese momento, yo no quería estar en mi casa, sino dirigiéndome a la casa de
ella. Extrañamente, sentía una profunda urgencia por abrazarla y darle un
presente que traje desde Ilo. Y estaba segura de que ella me recibiría con el
mismo cariño y se pondría feliz.
Días después salí a montar bicicleta a media tarde y en algún momento me despisté
y olvidé la ruta de regreso a casa. No llevaba un celular. No sabía cómo volver
a casa. Estaba perdida. Corrí hasta la parroquia en Pachía, entré al templo
desierto, me senté en una banca y recé. Le pedí a Dios que me iluminase para
volver a mi casa. Pero nadie me iluminó.
Me eché en la banca y me quedé semidormida por el cansancio.
Luego
de una hora llamé a un amigo desde un teléfono público, me subió a su auto, me
llevó a mi casa y le dijo a mi mamá que me había encontrado triste en la
iglesia. Es lo único que atine a escuchar antes de caer en mi cama.
Al
día siguiente:
-¿Qué
hacías en Pachía? –me preguntó mi madre.
-Estaba
despejando mi mente –le dije-. Sentí que iba a llegar mi paz en cualquier
momento.
Días
después, cuando mi madre y mis hermanos habían salido de compras al
supermercado en el centro, abrí una caja de Star Wars hecha artesanalmente y me
distraje mirando las cosas que había guardado de ella: boletos de la primera y
última vez que fuimos al cine, entradas a eventos que fuimos juntas, un
chocolatito en forma de cono, un llaverito de una Santa y muchas chucherías.
Desde
que empecé a traer de vuelta cada bello recuerdo, no he vuelto a tener
problemas con la ubicación. Temo que cuando se vayan, te extrañaré
desesperadamente y volveré a olvidarlo todo. Y seré una mujer triste.
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